Diario de viajeros. Vero y Nacho. «El encuentro».
Desde Argentina soñábamos con esta posibilidad, la del encuentro. Lo veníamos hablando desde hace tiempo, pero parecía que siempre las circunstancias resultaban esquivas. Sospecho que las ganas de volver a vernos, después de seis meses, hicieron que aunáramos esfuerzos para encontrarnos en Antigua. Cuando sonó el teléfono en la casa de Belinda, sabía que era
Desde Argentina soñábamos con esta posibilidad, la del encuentro. Lo veníamos hablando desde hace tiempo, pero parecía que siempre las circunstancias resultaban esquivas. Sospecho que las ganas de volver a vernos, después de seis meses, hicieron que aunáramos esfuerzos para encontrarnos en Antigua.
«Los pueblos del Lago Atitlán»
En San Juan, un pueblo vecino al que se llega luego de una caminata de media hora, se encuentran las principales cooperativas de tejidos. Se trata de una propuesta relativamente nueva, que nuclea a cientos de mujeres en el trabajo artesanal, y que impulsa una manera diferente de organizarse, respecto a lo que puede ser una empresa. En general, la cosa funciona del siguiente modo: cada una trabaja en su casa y luego reúnen lo producido en un almacén común para la venta. Pero más allá de la forma peculiar que adquiere esta estructura laboral, lo interesante es conocer cómo alcanzan los colores en sus tejidos, ya que todo surge de la naturaleza, en un proceso bien distinto al industrial y, aunque presenta características modernas, no abandona su espíritu artesanal.
La tradición
Estos pueblos que rodean el Lago Atitlán no hablan español, al menos no como su lengua primera. Entre ellos hablan dialectos, y sólo recurren al español para intercambiar con nosotros o con otros turistas. En total, en Guatemala, se hablan más de treinta dialectos.

El domingo fuimos en lancha hasta Santiago, uno de los pueblos más grandes de los que se encuentran sobre el Lago. Sin ser pintoresco, nos perdimos en caminatas que descubrían puestos y puestos de artesanías y conocimos a Maximón, un santo Maya al que se venera ofrendándole alcohol (aguardiente) y cigarrillos. Tal es la devoción sobre este santo que la Iglesia Católica tuvo que aceptar que en Semana Santa se lo pueda llevar hasta afuera de la Iglesia (nunca adentro, claro, la tolerancia tiene límites) porque miles de fieles recurren a él para pedir por lo que sea. Similar a lo que sucede con el Gauchito Gil en Argentina, pero masivo.

Nos habían dicho que este era el pueblo más bonito de los doce, pero la plata, la lluvia que se presenta siempre luego del mediodía y las decisiones que se toman no nos permitió visitarlo como se hubiera merecido. Por suerte, cuando viajábamos para San Pedro, la lancha se detuvo una hora y pudimos caminarlo y conocer al Cristo Negro, el principal atractivo turístico del lugar. En lo demás, es parecido a los otros: calles convertidas en pasillos interminables, pequeños muelles que penetran en el Lago y donde algunos varones de diversas edades se divierten pescando, el cantar de los pájaros como sonido único y la ausencia de autos, de gritos, de ruidos.
Hace un rato nomás nos despedimos del Chori. Como siempre que estamos acompañados por gente querida, luego quedamos como desinflados, mirándonos la cara y diciendo ¿y ahora qué? Lo dejamos mientras corríamos hacia un bondi que se iba, sin poder hacer durar el abrazo, sin poder decir las palabras de rigor que toda despedida merece, cuando la lluvia comenzaba a repiquetear en nuestras mochilas. Cuando el colectivo arrancó, saqué la cabeza de la ventanilla y lo miré irse, lento, pesado. Luego me acomodé entre la gente y nos perdimos en ese camino de montaña que nos dejó en Chichicastenango, una ciudad famosa por el mercado que funciona los domingos. Pero hoy es lunes y llueve, así que el resabio de ayer es una buena pintura de los sentimientos encontrados que nos generan este tipo de cosas.

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